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CUENTO 6

Medina Cuentos redimensionada

“Todos los que rodeaban el dolmen sintieron un estremecimiento en sus cuerpos y a la vez la suspensión de su pensamiento. Nadie podía moverse, nada se movía: el tiempo se había detenido.”

Este relato, cuyos acontecimientos también giran alrededor de Alicún de las Torres, lugar en el que el tiempo parece adquirir una mayor profundidad, llegando a desdoblarse. El tiempo parece detenerse, o mejor dicho, parece suspenderse para ofrecer un espacio en el que nada se mueve, en el que los pensamientos se paran. ¿Te quieres adentrar?

 

 

 

 

"Nausica"

            

Nada perturba la tranquilidad de las aguas en Los Cilancos.

 

            Nausica se estaba recogiendo el pelo con una cinta para bañarse cuando oyó un sonido metálico; varios golpes continuados, como si el eslabón de una cadena rota se hubiese precipitado al vacío desde el borde superior de la Raja. Después de aquel tintinear, de tono grave, vio caer al agua un objeto brillante, que al chocar con la superficie hizo que los galápagos corrieran a esconderse. La curiosidad la llevó a zambullirse, y, al primer intento, salió del agua con una fíbula en la mano; al abrirla vio la figura del uróboros. Recorrió con la vista las paredes de la Raja y allí arriba, bajo el Tolovéo, divisó a un hombre desnudo que lanzaba piedras con una honda a las ramas de un terebinto del que colgaban unos harapos, unos trozos raídos y desgarrados de tela que parecía que hubiesen quedado enganchados en el arbusto tras haber sido arrastrados largo tiempo por el viento. No fueron necesarias muchas pedradas para que los trapos cayeran esparcidos por el suelo; entonces Nausica observó como aquel hombre desnudo componía un taparrabos con los trozos de tela más grandes, para atárselo a la cintura con la honda.

 

            Mientras la muchacha se quitaba la cinta del pelo y se ceñía el vestido bajo el pecho, el hombre se dejó caer por los peñascos que rodean Los Cilancos hasta la orilla de enfrente, desde donde se dirigió a ella, enseñándole el resto de harapos -¡preciosa Nausica!, lánzame el uróboros para que pueda terminar de vestirme.

 

            Sorprendida al ser llamada por su nombre, le preguntó: -¿quién eres tú y cómo podría yo estar segura de que esta fíbula es tuya?

 

-Encantadora Nausica -le respondió-, soy Simón, el giróvago, y no me puedes conocer puesto que la última vez que pasé por aquí aún no habías nacido. Sé tu nombre porque me lo dijo tu padre, Endimión, el pastor que habita en Los Covarrones. Lo conozco desde hace mucho tiempo, y siempre que paso por aquí, camino de La Girana, me regala un ternero. A cambio entretengo a los pastores y sus familias, con historias traídas de los confines de la tierra, y danzo en esa noche sobre la losa del Dolmen Grande. Así que, mi amada Nausica, tírame ahora el uróboros, es el presente que traía para tu padre.

 

            Como sospechó que la joven no estaba dispuesta a dárselo, le advirtió que, de no hacerlo en ese mismo momento, por la noche se lo pediría en la fiesta ante todos los presentes, y que, le dijo, no tendría otra opción que devolvérselo. Nausica quiso que comprendiese las razones de su negativa: -que tú hayas aparecido en el mismo momento en que la fíbula ha caído por la Raja, no significa nada –le decía--, puede que cayese del nido de una urraca, o quién sabe si llevaba muchos años perdida en la rambla Becerra y la última avenida la ha traído hasta aquí, justo mientras que tú andabas tirando piedras. Seguro al fin de que no conseguiría persuadirla, le hizo una propuesta, -bueno, mi pequeña Nausica, tú ganas, podrás llevar la fíbula contigo hasta esta noche, y cuando yo te invite al baile en la fiesta, danzarás conmigo, y entonces verás si me lo das. Ella se despidió aceptando con la cabeza, y bajó por Los Encarnadillos hasta la confluencia de la rambla Becerra con el Fardes; allí tomó por el camino del molino para subir a Cortijo Viejo, donde estaba su padre careando el ganado.

 

           Deseaba encontrarse con él para preguntarle si conocía al giróvago, como este le había dicho, y si había pensado asistir esa noche a la fiesta. Pero cuando llegó a su lado, tuvo que dar rápidamente cuenta de cómo había encontrado la fíbula, que su padre no dejaba de mirar con recelo. Le estaba contando lo ocurrido en la Raja, mientras se la desabrochaba para dársela, cuando un intenso dolor en la clavícula le hizo apretar los dientes y cerrar los ojos y gemir. Endimión quiso acabar con ese sufrimiento, -es inútil, cuanto más lo intentes más te dolerá, déjala como está. Luego le pidió que encerrase a todo el rebaño –menos -le dijo, mientras lo señalaba con el dedo- ese becerro mostrenco. Ese era el animal que debía entregar al giróvago en la fiesta; de esta manera, Nausica supo que lo que le había dicho el hombre en Los Cilancos era verdad, y también, que habría de bailar con él, pues su padre le ordenaba que no accediese al baile hasta que él mismo no hubiese llegado; dicho eso, Nausica vio que su padre se colgaba el morral y se dirigía, a la carrera, hacia las cuevas de La Girana.

 

            Había transcurrido parte de la noche cuando Endimión llegó hasta las hogueras; los pastores habían agotado el vino de los odres y Simón contaba historias, sobre la cobija del Dolmen Grande. Aprovechando la oscuridad y la embriaguez de sus compañeros, Endimión pudo entrar en el dolmen sin ser descubierto, y allí esparció sobre la capa y el vestido rituales las cenizas que había ido a coger del columbario de La Girana. Tras hacerlo, salió del dolmen y se unió a la fiesta. Simón estaba pidiendo silencio para contar otra historia, la de Frine, la hetaira. Pero debía, les declaró, ayudarse de sus ropajes; bajó al interior del dolmen y se vistió con el traje blanco de giróvago, y colocó la capa negra sobre sus hombros. Ya fuera, desde la cobija, avisó a Nausica de que, además de sus ropas de danzante, podría necesitar su colaboración, por lo que le pedía que se mantuviera a su lado. La muchacha, que había sentido escalofríos al oír el nombre de Frine, miró a su padre en busca de consejo, y accedió cuando este asintió con la cabeza. Subió a la cobija; Simón empezó a contar la historia.

 

-La bella Frine, hetaira y modelo de Praxiteles, el escultor, fue acusada de impiedad por honrar a Afrodita en su casa, sin ser sacerdotisa. También fue acusada de revelar los misterios de Eleusis. Praxiteles pidió a su amigo y a la vez también amante de Frine, Hipérides, famoso por su oratoria, que la defendiese ante el areópago de Atenas. Simón cambió a un tono más grave y cadencioso, -dados los cargos presentados, la pena más probable era la muerte. Entonces -elevó la voz y se acercó a la joven-, Frine compareció ante los jueces como esta noche Nausica lo hace ante nosotros. Acto seguido se puso a su espalda; semioculto detrás de ella, siguió con el relato, -Hipérides percibía que su discurso no lograba convencer a los jueces, así que, mientras fingía seguir con su argumentación, se acercó a Frine y la desnudó. Al decir esto con su mano izquierda desabrochó la fíbula con el uróboros, al mismo tiempo que con la derecha desanudaba el cordón que ajustaba el vestido de Nausica. La ropa cayó al suelo, el uróboros quedó en la mano del giróvago y la sangre empezó a brotar del pecho de la muchacha.

 

            Los asistentes quedaron sobrecogidos ante la belleza herida de la joven. El giróvago se quitó la capa negra para cubrirla, y dio comienzo a su danza sagrada: empezó lentamente a girar sobre la cobija; del pecho de Nausica, que permanecía de pie abrigada por la capa, seguía brotando sangre que se deslizaba por la negra tela y goteaba en la losa, y se infiltraba por una rendija al dolmen hasta extenderse por el suelo fúnebre. El ritmo de la danza aumentaba, el giróvago sostenía en su mano izquierda el prendedor, el giro se hizo más veloz, y cuando la falda del vestido ritual originó ondulaciones en el aire, como oleadas, dejó caer el uróboros sobre el vestido de Nausica: vestido y fíbula se hundieron en la losa como si se hubiesen convertido en barro, y cayeron al interior del dolmen. El hombre aceleró su giro ritual, su mano izquierda miraba al suelo y la derecha al cielo, la falda seguía su propia armonía, y la sangre de Nausica se vertía ahora sobre el uróboros y la ropa. El rostro de la joven palidecía cada vez más. Cuando la danza empezó a enlentecerse, Nausica sintió que la abandonaban las fuerzas y que sus manos estaban frías como la nieve, y entonces cayó desplomada sobre la cobija. El giróvago se detuvo y se arrodilló para poner su mano derecha bajo la capa, sobre la herida del pecho, y la joven sintió como si la hubiese traspasado un rayo. Todos los que rodeaban el dolmen sintieron un estremecimiento en sus cuerpos y a la vez la suspensión de su pensamiento. Nadie podía moverse, nada se movía: el tiempo se había detenido.

 

            Después empezó a soplar una tenue brisa. El giróvago abrazó a Nausica, se levantó y comenzó de nuevo a girar lentamente. El cuerpo inerte, cubierto con la capa negra giraba y giraba solidario con el del hombre: cuando él la soltó, siguió girando sobre la cobija, mientras que el giróvago se hundía a través de la losa más rápidamente con cada vuelta; finalmente se fundió en el suelo del dolmen con el uróboros y el vestido de la joven.

            Nausica al unir con sus manos el cielo y la tierra dejó caer la capa. Suavemente fue cesando de girar sobre sí misma, hasta quedar de pie, desnuda. Se la oyó decir: “fue así como Frine salvo su vida ante los jueces de Atenas". Y lentamente volvió a girar y girar sobre la cobija. Las hogueras se habían resuelto ya en brasas, pero cuando Nausica en sus vueltas se acercaba  ellas, se avivaban y daban llamas. Luego, la danza fue cada vez mas serena y queda. Cuando Nausica paró, llevaba la falda blanca del giróvago y preguntaba quién de los presentes allí respondía al nombre de Simón, que le había encargado su padre que le ofreciese un ternero.      

 

 

  

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