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CUENTO 5

Medina Cuentos redimensionadaImilce habla desde entonces el lenguaje de los pájaros, un lenguaje místico, perfecto o divino, mítico o mágico usado por los pájaros para comunicarse con el iniciado. El lector puede dejarse llevar por el fluir de los acontecimientos.

 

 

 

 

"Eran los días de Alcíone"

            Me informan mis halconeros que Bilqis ha remontado el río Almanzora y avanza hacia las fuentes del río Grande; a su paso va dejando un rastro de muertes inexplicables o que  ellos no pueden interpretar con las visiones de sus halcones y sus búhos.

            He enviado un mensajero a Cuevas de Luna para que se entreviste con ella y descubra si existe peligro; a su vuelta, me ha dicho que Bilqis espera llegar a Forruchu dentro de dos días, y que ha prometido que “no habría ninguna muerte más a su paso, excepto –dijo- la mía”; también le ha asegurado que aclararía todas mis dudas al llegar aquí.  La descripción que hace el mensajero de Bilqis es la siguiente: "es una anciana; tiene la cabellera blanca y le llega a la cintura; sus ojos son negros, y su rostro trasmite tranquilidad cuando habla; con la voz y los gestos de las manos con que acompaña a sus palabras acentúa la sensación de serenidad. Se ayuda para andar con un báculo y de vez en cuando apoya su mano sobre el hombro de algunos de sus filósofos guerreros, que la siguen desde Esparta y nunca la dejan sola. Estos son los responsables de las muertes misteriosas que cuentan los halconeros.” Según ha dicho Bilqis, sus filósofos guerreros actúan de noche: deambulan por las aldeas y los pueblos, tienen capacidad telepática y a los que sorprenden con ideas equivocadas o malos pensamientos los abrazan por la espalda. El abrazo es mortal, si no asfixian con él, quiebran la caja torácica y el corazón se para. En ocasiones, por un encuentro fortuito, no hay otro remedio y matan de frente utilizando sus espadas. Nunca ha sobrevivido nadie al ataque de uno de estos espartanos.

            Tras oír esto, Imilce convocó en asamblea a los habitantes de Forruchu. Ordenó a los mineros preparar la bocamina para que todos ellos pudiesen entrar, incluso con sus rebaños; a los agricultores les pidió que recolectasen todo el opio posible y lo preparasen en bolas del tamaño de un puño.       Al día siguiente, desde el amanecer, los mineros y los ganaderos con sus rebaños se fueron internando en la mina, hasta desaparecer de la vista tras la piedra que debía sellar la bocamina. Los agricultores entregaron a Imilce sus bolas de opio y, siguiendo las instrucciones de su princesa, fueron encendiendo hogueras en todo el perímetro amurallado de Forruchu, antes de reunirse con el resto de la gente en la mina. Imilce quedo fuera, sola. Al presentir la cercanía de Bilqis, comenzó a pasar por las hogueras, echando una bola de opio en cada una. Era una mañana fría de otoño, el humo formaba estratos a poca distancia del suelo, a la altura de una persona y  junto con la niebla que se derramaba alrededor del oppidum tomaban la apariencia de los anillos Saturno.

            Mientras tanto, Bilqis se acercaba; cuando estuvo a una distancia menor que la de un tiro de flecha, situó a sus espartanos en círculo y mandó hacer un fuego en el centro; se dispusieron a sacar de su morral un trozo de tallo de cañaheja. Bilqis, con unas pequeñas tenazas, recorría el círculo colocando una brasa en cada una de ellos y también sacaba  de su  bolsa semillas de alharma, que repartía a puñados entre sus guerreros filósofos. Esta formación circular perfecta, con Bilqis en el centro, se aproximaba a las puertas de Forruchu. Los espartanos iban dejando caer las simientes sobre las férulas encendidas,  y con un movimiento de giro lento  de la órbita que habían formado, desencadenaban un penacho de humarada que subía en espiral, y arrastraba los anillos del efluvio de opio que iban franqueando.

            En muy poco tiempo Imilce y Bilqis se encontraron cara a cara. Bilqis siempre se dirigía a Imilce en el leguaje de los pájaros, la lengua en la que Adán puso nombre a todas las cosas. Contaba su historia de pie, apoyada en su largo bastón, que la superaba en altura por lo menos un palmo; decía que lo había recibido como un regalo de los rabdomantes de Egipto y que a su muerte debería quedar en Poder de Imilce: el bastón tenía grabados a todo lo largo hechizos que los magos de Forruchu deberían entonces descifrar. Confesó a Imilce que presentía la cercanía de la muerte, y que sus espartanos se encargarían de todo. Ordenó acercar su esquife a la orilla e invitó a Imilce a subir en él; el círculo se hizo dos filas y comenzaron a remontar las riveras del Fardes. Imilce preguntó a Bilqis la razón de que el esquife pudiera remontar el río, pues no había ninguna cuerda unida a los espartanos que lo remolcaban. Bilqis contestó que eran parte de la Mente-Universo por lo que podían hacer concurrir fuerzas solo con el pensamiento: "todo es mental: la vida es una concentración del pensamiento de dios. Todo puede desaparecer en un soplo, en un instante", explicó. Imilce entendió todo esto en el leguaje de los pájaros, y en ese momento sintió miedo.

            Las dos mujeres se dieron la mano y siguieron  remontando el río un buen rato sin decir nada. Al pasar la confluencia con el río Gor, Bilqis mandó a los espartanos recoger unos sarmientos y luego continuaron hacia el barranco de la Umbría.

            Imilce temía que Bilqis descubriese su paraíso y mirando al oeste, hacia la rambla de Olivares, le dijo: “¿ves allí en el horizonte aquella gigantesca burbuja, entre  las Serretas  y el Aguilón?.” Bilqis dirigió la vista hacia donde se le había indicado,  y divisó en el límite con el cielo, rozando las copas del bosque de encinas y pinos que poblaba las vertientes de Olivares, una gran cúpula en cuya superficie brillaban luces irisadas, que en lento movimiento semejaban a ríos que nacían y se ensanchaban y desembocaban unos en otros y, unos dentro de otros. Imilce seguía hablando, mientras que los espartanos, a una indicación de Bilqis con la mano derecha, habían iniciado el ascenso por el cauce de Olivares. Imilce  revelaba que la burbuja era un voladero Mental para que sus halcones y búhos se ejercitaran en el vuelo físico y en el envío de sus imágenes a los halconeros de Forruchu. Allí dentro, explicaba, “existe un verdadero cerro y esa delgada lámina que forma la pared de la burbuja son los pensamientos de los halconeros mezclados con las visiones de los halcones. Cuando llega la noche, la lámina aparece negra y, los búhos, que se ejercitan dentro, esparcen sus visiones como sueños.” Bilqis la miraba mientras hablaba, e Imilce, que creía ya suficientemente lejano su Paraíso, calló.

            Para entonces el penacho de humo que seguía al esquife se había derramado por el bosque de Olivares, y en el cauce del Fardes no era más que una delgada capa de niebla que se fundía con los vapores de las aguas termales del Paraíso.

            Al callar Imilce, Bilqis contó que sus filósofos habían adquirido un entrenamiento parecido al que había explicado, pero basado en la doctrina de Heráclito "Panta rei"; y le aclaró algo: "cada uno de ellos se considera la confluencia de dos formas de pensamiento, una fluente aportada por mí y otra inmóvil adquirida por el mismo en el transcurso de su instrucción como guerrero. En definitiva, componemos una especie de red fluvial; en los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos. Palabras de Heráclito.” Imilce asentía con la cabeza, para demostrar que comprendía, mientras que le daba la mano a Bilqis para ayudarla a bajar del esquife, pues ya habían llegado a las Panderas. Se encontraban en la base de la inmensa burbuja del Mental cuando Imilce reemprendió el diálogo con Bilqis: “nuestra burbuja, aunque parecida, como dices, es contraria a la doctrina de Heráclito. Fue Parménides el filósofo itinerante el que nos dio la clave para poder crearla.” Con esta afirmación entraron bajo la gran cúpula.

            Bilqis se sintió muy cansada y adviritó a Imilce de que el momento último estaba próximo, y que quería salir para morir junto a sus espartanos. Estos la recibieron en círculo abierto, ya habían quebrado los sarmientos de vid sobre un lecho de cantos rodados. Bilqis habló: "estas serán mis últimas palabras. Hemos realizado un largo viaje para demostrar que la verdad cambia en todo momento. Por el camino hemos asesinado para no tener que discutir nuestra postura con quienes estaban en desacuerdo, o no la entendían. Ahora os pido que cesen las muertes. Dentro de la esfera que veis detrás de mí,  el movimiento no existe, por lo tanto no se puede conocer nada. Os confió una misión, volved a Grecia, desandad los caminos dejando que otros hablen; sed vosotros ruido blanco". Cayó muerta sobre los sarmientos y fue velada durante toda la noche por sus fieles espartanos, tenían las espadas en la mano y regularmente pronunciaban en salmodio "panta reí". Al amanecer la cubrieron con tierra. Deshicieron el camino, acompañando a Imilce, hasta Forruchu. Allí le entregaron el báculo de Bilqis y abandonaron el esquife. Su vuelta la iniciaron a pie: se encaminaban al cabo de Charidemi, donde construirían un barco, según dijeron.

            Imilce habla desde entonces el lenguaje de los pájaros, pero existe gran confusión entre los halconeros que ahora reciben mensajes contradictorios de sus aves intérpretes: unos parecen seguir el paradigma de Heráclito y otros, el de Parménides.      

 

 

  

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